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"El poeta es un fingidor. Finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que de veras siente. Y los que leen lo que escribe en el dolor leído siente bien, no los dos que él tuvo mas sólo el que ellos no tienen. Y así en los rieles gira, entreteniendo la razón, ese tren de cuerda que se llama el corazón". (Fernando Pessoa)

domingo, 3 de junio de 2007

Fernando

Algún día perdido en la memoria de los vecinos de Resistencia, en el Chaco, por sus calurosos y húmedas calles se vio caminar a un forastero que cargaba una guitarra mientras charlaba amigablemente con un perro de raza desconocida que lo acompañaba con fidelidad de sombra. El desconocido llamó a la puerta de una pensión y, preguntó si él y su perro podían hospedarse.
- Siempre y cuando respeten las horas de la siesta. Vos no Cantás y el perro no ladra - le respondieron.
A los pocos días de llegar, el cantor se durmió para siempre en una siesta. Al descubrir el triste suceso, el dueño de la pensión y los vecinos comprobaron que sabían muy poco, casi nada, de aquel hombre.
- Uno de los dos obedece al nombre de Fernando, pero no sé si es él o el perro - comentó alguno.
Luego de sepultar al cantor, y como una forma de respetar su memoria, los vecinos de Resistencia decidieron adoptar al perro, lo llamaron Fernando y le organizaron la vida. Los artistas del Fogón de los Arrieros, una casa sin puertas en la que todavía los caminantes encuentran reposo y mate, aceptaron al perro Fernando como socio de la institución, donde destacó como implacable crítico musical. Tal vez heredado de su primer amo, el perro poseía un agudo sentido de la armonía, y cada vez que algún músico desafinaba debía soportar la reprimenda de los aullidos de Fernando.
Mempo Giardinelli me contó que, durante un concierto de un prestigioso violinista polaco en gira por el noroeste argentino, el perro Fernando escuchó atentamente desde su lugar en primera fila, con los ojos cerrados y las orejas atentas, hasta que una pifia del músico le hizo proferir un desgarrador aullido. El violinista suspendió la interpretación y exigió que sacaran de la sala al perro. La respuesta de los chaqueños fue rotunda:
- Fernando sabe lo que hace. O tocás bien o te vas vos.
Durante doce años, el perro Fernando se paseó a sus anchas por Resistencia. No había boda sin los alegres ladridos de Fernando mientras los recién casados bailaban un chamamé. Si Fernando faltaba a un velorio era todo un desprestigio tanto para el muerto como para los deudos.

La vida de los perros es por desgracia breve, y la de Fernando no fue excepción. Su funeral fue el más concurrido que se recuerda en Resistencia. Los poetas leyeron versos en su honor y una suscripción popular financió su monumento, que se levanta frente a la casa de Gobierno pero dándole la espalda, es decir, mostrándole el culo al poder.
Hace un par de semanas, con mi hijo Sebastián, salimos de Resistencia para cruzar el Chaco Impenetrable. En el límite de la ciudad leímos por última vez el letrero que dice: "Bienvenidos a Resistencia, ciudad del perro Fernando".


Luis Sepúlveda, Historias marginales, 2000

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