poesia universal y+

"El poeta es un fingidor. Finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que de veras siente. Y los que leen lo que escribe en el dolor leído siente bien, no los dos que él tuvo mas sólo el que ellos no tienen. Y así en los rieles gira, entreteniendo la razón, ese tren de cuerda que se llama el corazón". (Fernando Pessoa)

viernes, 16 de marzo de 2007

Pablo de Rokha. Tercera Parte.

Son las 9:00 de la mañana en calle Valladolid 106 en su casa de madera en La Reina que el mismo construyó. En el hogar vivía junto a su hija y una empleada. Hace tres meses- que en esa misma casa- se había suicidado un hijo del poeta, Pablo Diaz Loyola. Desde ese momento, su vida ya no tenía sentido. Era un golpe más, del que nunca se pudo recuperar. Sus días pasaban monótonamente en el escritorio, observando las fotos de sus seres muertos y con una pluma a su lado y un papel suelto para lanzar bramidos de melancolía y angustia. Salía poco y ya no disfrutaba de los porotos con riendas o de las prietas con papas cocidas. Comía lo que le pusieran en frente sólo por cumplir con la rutina, pues ya no había poesía en ese completo rito que significaba antes. Su pelo descuidado, una barba a medio afeitar y la misma ropa todos los días: el poeta yacía en las ruinas de lo poco que le quedaba.9:30 de la mañana. Pablo De Rokha se sienta en su sillón y frente al escritorio- cabeza gacha- se queda en silencio. Recorren por su mente los paseos junto a Winnet, los nacimientos de sus hijos, las caminatas en el valle de Licantén junto a su padre, las cantinas y los restaurantes populares, los niños desvalidos, la pobreza de su pueblo, la utopía socialista, los poetas malditos, los viajes por Latinoamérica y Europa, los campesinos harapientos, las pocilgas de Santiago, y su poesía herida reflejada en miles de versos que reclamaron con voz fuerte las injusticias del mundo del cual nunca fue parte.Son las 10 de la mañana cuando abre un cajón de su escritorio. Agarra la argolla de matrimonio de su esposa. Se saca la suya de su dedo y las deja juntas. Las toma con sus manos y se queda minutos eternos contemplándolas. A su lado, lo acompaña un retrato de su mujer. Se levanta y camina hacia un armario. Abre con completa convicción la puerta. Toma El revólver Smith and Wesson calibre 44, el mismo con el que se suicidó su hijo.Son las 10: 10 de la mañana del 10 de septiembre de 1968. En la casa de La Reina se oye un disparo que hace volar a las palomas del techo. La hija y la empleada saltan del miedo y se dirigen a la habitación del poeta. Allí lo ven: sentado frente a su escritorio con la cabeza reventada y dada vuelta hacia atrás, sus anteojos hechos trizas en el suelo y la sangre corriendo como ríos morados por su cara. "La poesía es mi militancia" dijo alguna vez. Militancia que llevó hasta el último minuto de su vida y que completó su existencia ermitaña y resentida del mundo y que finalmente apagó su fuego incansable con el último tiro. No dejará de "molestar" con su muerte, pues sus palabras todavía golpean como roca dura a los hombres, o por lo menos a los pocos que aún lo leen.

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